sábado, 23 de julio de 2016

Detrás del ángel estás tú


Ahí está.
                Lame su lengua ofídea
sus mejillas tan blancas
con su tacto de fuego.
Su pelo también es blanco,
                                          sus ojos
también rugen en llamas.
Nimba todo su rostro
una extraña luz electrificada
Bate sus alas
                      y sin elevarse
pone sus ojos en mí
                                 que ya sé
que sólo soy su presa.

¿Cómo resistiré la tentación
si sé que la muerte yace en su abrazo?
Quizá renazca en vino festivo
cuando abrase mi carne
el fuego de su lengua.
Cuando sus dientes de marfil tan duros
despedacen mi carne
con sus tiernos mordiscos
quizá renazca en vino o en alma
y descubra que soy inmortal
pese al miedo que tengo
a no acabarme nunca.

Pero incluso este miedo se me duerme
preso de lujuria celestial.
Ni la inmortalidad parece tan
vacía tan terrible
si al besar su labios
desconocedores de vida
                                        encuentro
sólo por un instante
lo que un nenúfar siente
                                       cuando flota
entre olas de mar.
Puede que mientras me quema
                                                 se eleve
conmigo entre sus brazos
hasta que no sea más que ceniza
en remolinos de aire.

Detrás del ángel estás tú.
Nublas su luz con tu piel blanca.
Oscureces su alo divino
Con tu presencia sólida y humana.
Tintineas tu cuerpo.
Casi lo sujetan los clavos
en medio de este páramo
mientras la dureza de tu mirada
cristaliza en rosa del desierto.

       en verdad femenina
                                      deslizas
nuestros amaneceres
en las cavernas de nuestra memoria.
Es tan intensa tu presencia
que tu cuerpo sediento
apaga mi lujuria por el ángel
y mi miedo por la inmortalidad.

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