sábado, 23 de julio de 2016

El placer de la caza

“Es un deporte apasionante, por un momento, tiene en sus manos la elección de la vida o la muerte” Bram Stoker Drácula.

Cuando no queda nada
(o si lo esperas todo)
durante ese vacío intermitente de vida
¿ya qué placer te queda
sino acercarte en sigilo a la muerte?

Apostarte al camino
entre las plantas aún blandas del alba.
La pasión, la belleza
se reducen a una pieza de plomo
que espera su destino.

Acecha a la presa,
                                  con rostro de ángel
¡Armas de aire y acero!
¡Viento!
                       ¡Crepitar del Sol entre nubes!
Vosotros grandes tibios
adormeced el dolor de mi espera.

El eco del viento sobre las hojas
ruge como una caricia de amor
sobre la ropa y muere
en seguida
                       como un fru-frú reptante.
Y sigues a la espera.

“¡Vamos! ¡Corre adelante!”
La presa husmea su propio camino
esperando la vida
descansa en el otoño.

“¡Corre!
¡Corre! Y…
                                  ¡Corre!”
Tus colmillos como flechas de carne
sangrarán ante el metal y el viento.
La jauría ya ladra.
Saltan sobre ti.
                       Diamantes de esmalte
atraviesan tu piel.

“¡Vamos!
                       ¡Corre! ¡Atento!”
Entre chillidos sangras…
¿Finges que te han sajado la garganta?
Alargo mi mirada
                                  con prismáticos:
Espumas fango rojo por la piel
hirviendo cálida de tu vida.
Entornas tus pupilas
mareadas por los demasiados perros.
Ya has destrozado a varios animales:
Dos
           tienen el cráneo arrancado;
                                                          tres
deslizan muy gentiles
sus tripas sobre el suelo
con la bilis, agua para nuevos barros;
media mandíbula le cuelga al otro.
El resto del enjambre
o lame los cuerpos de sus caídos
o… flor de carne,
                                  te cercena más.

“Vamos… ¡Corre!
                                  ¡Dispara!”
El diminuto cometa de acero
con pólvora, con viento
te cruza con una estela de chispas
nacidas de ti
                       (todas de carmín).
Al suelo caes embarrado.
Te rodean los perros
                                  Y mordisquean
tus miembros aún bullentes
mientras gimiendo expiras.

“¡Bien! ¡Bravo! ¡Buen disparo!”
Tranquilo, despezaremos tu cuerpo
no será de los gusanos.
Arrebataremos la sangre a tu carne
salaremos con celo de vestales
todos tus miembros
                                  y secaremos tu cráneo.

Mientras tus huesos crujen
al corte del cuchillo
y hago aflorar tu tuétano espumoso,
pienso que el Sol te dora
hojas de la robleda
como si fuese tu máscara fúnebre.

Eduard Ariza

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