sábado, 23 de julio de 2016

Estoy muerto y rodeado de ángeles

Para Júlia Margaria Garcia

La voz nunca fue más pura ni fuerte.
Se derrama en palabras
que sin romper el aire
se deslizan hacia la piel del alma.

Las columnas de hormigón de mi infancia
ya no forman almenas.
También me libro del deseo del oro
y hasta un cuerpo bonito
con su piel morena
se pierde vacío
de mis ojos roídos de indiferencia.

El bombeo del pecho yace extinguido
y la sangre se licua
más que el agua
para formar prados.
La carne se disgrega
en pedazos infinitos y rojos.
Cuando el sol y su lumbre
me acaricien sentirán que rozan
un metal oxidado.

Ahora soy todo libre
aunque no quiera nada.
Libre de voluntad, libre de deseo,
me dan la libertad
cual premio de consuelo.

Siento esas alas en franela tejidas.
Cortan átomos de aire.
A su amparo siento la caricia gacha
hueca de tiempo y edades.

Bajo sus cabelleras
de igual color y olor que los jazmines
exhiben pieles etéreas de vida
y de sus bocas de metal al fuego
emergen sus colmillos
largos en sus filos grises
                                        capaces
para despedazar eternidades.



El oro de la forja
colorea sus lenguas y sus gargantas.
Jamás el metal dorado pasó
de su color al rojo de las llamas
sin perderse veloz
en oscuros tonos
                             de eternidad
que alberga el cuerpo de estos inmortales.

¿Sabrán que estoy aquí?
Triste me perderé, si no me abrazan.
Hasta el estado del Más Allá sigue
la efervescencia lúgubre que empaña
tu nombre: soledad.

Ni estrellas con pazos
florecientes bajo las malas hierbas
ni plata entre las piedras.
Ni ríos, ni Arcadia: Allí
no existen los paraísos
sólo el doliente suspiro inmortal.

Me rodean con sus alas sin mirarme.
Y mientras la inacción de la ultratumba
complace a los que nunca fueron vivos,
me asfixia con sus sogas
de cuero de cristal.

Efímero y frágil
acaricio sus alas.
Me llevo una pluma al pasar la mano.
Mi pasado más pequeño que la esfera
nacida en los cauces
de los ríos
se rompe en mi memoria.

No me importa en qué desierto adormezco
aunque no lleguen flores ni recuerdos
Estos seres de luz
deslumbran la belleza
                                        de mi vida.
¡Qué plácido es morir!



Eduard Ariza

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