Los zarpazos del poder
parecen embriagados por rosas de cocaína.
Sueña el despotismo la pesadilla ajena.
Por eso a veces el alma se viste de miel.
Para redimir la cobardía,
los nenúfares de metal se niegan a ahogarse.
Flotan en las calles.
Florecen en las plazas.
Las cadenas se hartan de sangre.
Entonces las palabras dan voz a la tela
y un coro descompasado
compone improvisados himnos de libertad.
El murmullo se hace grito.
Del cansancio brota la valentía
y se hará oír
aunque se vomite sangre en el asfalto.
Ahora la protesta
(ya habrá tiempo de silencios).
Por un instante el medio de la derrota
se eclipsa
y hasta el dolor de la herida
se duerme soñando justicia.
1 de Agosto de 2015
Eduard Ariza
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