Siempre sabes seducirme.
No te importa el lugar.
Cuando me sorprendes en el escritorio
enfermo de orgasmo intelectual
extiendes tus alas negras
tus colmillos y unas garras con guantes.
Tu aliento de azufre esconde preguntas.
Ya tienes mi mente.
En la ópera tu voz suena a cristal.
Los colores se sonorizan
en tu cuello.
Me arrancas unas lágrimas.
Tienes mi sensibilidad.
Eres águila y murciélago.
Bíblica serpiente
quiero ser tu veneno.
En mis tiendas de ropa te disfrazas
de humilde dependiente
(con un estilo en que no crees).
Desnudaría tus hombros para besarlos.
Mi pecado de lujuria
aún no te lo he regalado.
Dame esa carne. Y te lo habrás ganado.
Sólo si salgo de fiesta tu cuerpo es de mujer.
Estás en la bebida
y en los pechos con forma de miel.
Los besaré como un niño.
Dame tu amor
y tuyas serán las vivas ideas de mi infancia.
Si visito una iglesia
cambio la Cruz por ti. Piel escarlata.
Dientes de hierro.
Lengua de mujer. Palabras de hombre.
Tu dualidad señor de las tinieblas
subyuga mi curiosidad.
¿Eres mujer? ¿Eres hombre?
¿Eres sólo el objeto de una realidad?
Tú conoces mi deseo
grande y sádico Satán.
Te vendo mi alma
y no exijo promesas de eternidad.
5 de septiembre de 2014
Eduard Ariza
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