En algún momento confundiré en la placidez de los recuerdos
a tus pájaros tatuados
con las pajaritas de papel de mi infancia.
Las que contemplé horas largas
pasando mis dedos sobre sus triángulos
admirando el misterio de su volumen aparecido de la blancura plana.
Esos pájaros de colores vuelan en el viento de tu piel.
No hay aire más puro.
Eres la caricia de la melancolía
y la suavidad de la seda. La luz de tu frente
y el profundo brillo de tus ojos boreales
orientan sus alas
hacia el renacimiento del fénix.
Confunden las luces de la aurora y el crepúsculo
para el dormitante planeo de las aves.
Ellas vuelan allí, bajo el beso de la luz o la caricia de la tela,
bajo tu cuello
y sobre la femenina exhuberancia
donde en el bamboleo de carne con sus rojos rosetones de coral
emerge la esencia de tu sensualidad.
Ellas conocen el océano de tu cuerpo.
Tus buceos en tu interior asfixiada.
Las emociones
nacientes de tus entrañas ultramarinas
como el denso lapislázuli.
Saben que el sonido de tu corazón reemplazará el azul de los cielos.
Y desde arriba coloreará las aguas.
El basto horizonte de tu cuerpo
será su propia huella en el universo.
Entonces nuevos pájaros de mil formas diferentes anidarán en ti
junto a las aves tatuadas.
Cuando piense en las mañanas de otra época
las mañanas en que tu tiempo por unas horas se parecía al mío,
en mi memoria surgirá tal vez…
entre la timidez de la contemplación y la visión agradable
el recuerdo de tus aves de colores
junto al de mis pajaritas de papel.
Eduard Ariza
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