Mi vida como tantas
empieza tras cumplir los veinte años.
Con quince, tiempo atrás
dejé de parecer mujer.
Dejé
de encontrar belleza en mi retrato.
Perdí el atractivo de adolescente
que me había abierto
las profanaciones de los inicios.
La herida del abandono
la angustia
me gobernaron en aquellos años.
Pensé que pasarían
que la suerte
sonreiría al final.
Ahora ya lo sé:
(yo no tengo la culpa)
tan sólo son las reglas de la vida.
Al correr de los años
he aprendido a suavizar mis facciones.
En todos los espejos
el desdibujo de mi rostro
pierde
los colores amargos.
Sin paños calientes bebo indolente
de la vulgaridad
que inunda el tiempo.
Así, sin desengaños
los espejismos ya no me enamoran.
Y son muy pocos
los cuerpos de plata
con sus almas azules
cuya seducción me atrapa.
Son pocos…
pero los reconozco.
Así mi vida se enmarca en consuelos
pequeños,
diminutos de esperanza…
Y son estos consuelos
y las provisiones de su memoria
los que durante el día
mantienen en mi rostro
el dibujo frágil de una sonrisa.
1 de mayo de 2013
Eduard Ariza
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