Me he disuelto
en la agitación afrodisíaca
del agua cálida.
El remolino de vuestra carne,
una galaxia en miniatura
cristalizaba sus jadeos
en las burbujas de mi espuma.
Ese fuego que arde
hasta dentro del agua
se encendía, se reavivaba…
Humeante…
Olía a hidrógeno
de una estrella cercana.
Luego llegó la calma.
En el hueco de un átomo
(más distancia no separaba vuestros cuerpos)
se abrió un vacío cósmico confortable.
Y ya no hubo más sonidos.
En la bañera dos constelaciones se abrazaban.
Ya ni siquiera su chapoteo
se oía entre mi aroma.
Y yo quedé
suspendido cual anodina nebulosa,
hasta que al agua devoró el desagüe.
3 de octubre de 2014
Eduard Ariza
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