sábado, 23 de julio de 2016

Temporis (Del tiempo)


Sucede en ese momento
cuando el aire espesa su inmaterialidad y te envenena.
Un dolor de asfixia te saja los pulmones.
Tu sangre, aguada de angustia, palidece tu rostro
y la blancura enfermiza, como una infección
contagia sus colores por tu piel, mientras la esencia de tu vitalidad
se deshace entre temblores.

¿Recuerdas de cuando te hablo?
Porque sé que lo has vivido, y sabes que también a mí me ha sucedido.
Pero ignoras cuantas veces, torturado de aburrimiento
lo he pensado
                           y he visto
tu cuerpo profanado por el miedo
mendigar una bocanada de aire.

Pero hasta cuando el dolor te hiere, tu irresistible sensualidad
satisfecha de su sometimiento a las voluntades que ha dominado
sigue su búsqueda
                                hacia un placer mayor
que cuantos atesora tu memoria.

Entonces, desde el otro lado de mi ensoñación
entiendo que no podría ayudarte. Si viese de verdad ese momento, sé
como la hemólisis de la empatía oxidaría todo mi cuerpo,
como estallarían mis dedos paralizados
al tocar la viscosa efervescencia del dolor sudado sobre tu piel,
como se cegarían mis ojos y mi pulso se detendría
sólo para recordarme la asquerosa impotencia
de que el Cosmos (como el Estado) no admite la sustitución ni la indulgencia
al imponernos sus castigos.

Es cuando te imagino así que algo me revela
casi como un secreto
que como las hechiceras del Ganges ingirieron venenos
para fabricar con su propia sangre la cura
tú usas tu alma de instrumento
para componernos palabras sanadoras
con las que alcanzamos una paz
                                                   efímera, un nirvana de unos pocos minutos
junto a ti, a lo largo de esas horas desechadas
en charlas, infusiones y bebidas…
No te importa para lograr esto que la experiencia
haya hecho de tu cuerpo albergue para toda forma de dolor.

Quizá por tu inconsciente valentía, incluso en tu debilidad
percibo la consolidación de tu belleza.
Una belleza fuerte
igual que la sufrida esponja zarandeada por las corrientes
no teme verse deshecha contra los guijarros de la playa.
Acepta su esencia, su elemento.
Entiende el material de su destino y no reniega de él.
Porque incluso sobre al ácido del vómito, la luz
cuando quiere
                        hace brillar los púrpuras del alba
¿qué tonos aún desconocidos no reflejará esa aleación de agua y plata que es tu cuerpo
cuando la luz acaricie su materia?

10 de julio de 2013
Eduard Ariza

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